domingo, 4 de enero de 2015

Hintelecto

Era un perrito algo flaco, bastante pequeño. Le faltaban dientes y los que le quedaban estaban chuecos.

Cuando lo vi me hizo gracia, pero noté que la gente se hacia a un lado al pasar.

Imcluso evitaban verlo.

Había una especie de reverencia ante el animalito.

Le pregunté a una señora cuál era el misterio con el animalejo.

Respingó, arrugó la cara, hizo una seña fea y me dijo: Shh, cállese y no pregunte!

Me senté por ahí como distraído, pero buscando averiguar qué magia hacía el canejo.

El.perrito se meneaba de un lado para otro, pero no se alejaba mucho.

Gruñía. Unas veces ladraba, otras saltaba a una tarima para oletear los traseros de las doñas.

Después de un par de horas llegó un tipo algo gordo, vestido con ropa de hacer ejercicio, anillos de oro en seis dedos, dos cadenas doradas en el pescuezo, lentes oscuros y varios celulares a la cintura.

Hizo a atar el perrillo con una cadena. El animal gruñó un poco y quiso resistir.

El hombre se molestó y le dio una patada no muy fuerte.

Cayó acostado, chilló un poco y se quedó quieto.

Lo agarró del pelo con una mano y lo tiró a la paila de un carrote de esos de ocho cilindros.

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